Es la buena crianza del 13
de febrero la que llena las rotativas de saludos, algunos honestos, otros no
tanto. Cortesía de costumbre que venera con anhelos y buenos deseos a la gente
de la prensa “iluminada por Camilo Henríquez”.
Hoy, esas reverencias quedan
carentes de empatía y espíritu. No cabe más farsa bajo la alfombra de la
“normalidad”. Y es que la precariedad en los medios deja un silencio que a
todos nos tiene de cómplices.
El diagnóstico está a la
vista: despidos masivos, falta de credibilidad e independencia, inestabilidad
laboral, crisis total en el financiamiento y una legislación que transforma el
derecho a la comunicación en un negocio que en tiempos de crisis agudiza aún
más la tragedia.
No obstante, la prensa
continúa y avanza por las turbulencias cual nave de papel, disimulando su
fragilidad y pobreza cultural. Albur que no pasa necesariamente por la
calidad de los profesionales sino que por un sistema que ajusta cuentas al
revés, con los de siempre. Parece que es mejor el costo de consolidar un buen
negocio que el de informar y crecer en credibilidad.
Y no extraña porque en
Chile la libertad de expresión está apuntada en la Constitución, pero no está
asegurada como un derecho. Tiene precio, color y dependencia. Así la cobertura
de los cambios, en general, tiene un alto costo, aunque el más grande de todos
es atentar contra el pluralismo y la diversidad.
A esta altura ya
naturalizamos la libertad de expresión al valor de quién paga y donde existe
pocas o ninguna atribución jurídica que proteja a periodistas capaces de
disentir, por ejemplo, de una nota. Esa cláusula de conciencia siempre presente
en los países que lucen una democracia más sana, en Chile naufragó hace rato
junto a la decencia.
Un resumen breve de la
prensa diría que nació crítica y libertaria y en el camino olvidó sus orígenes.
Hoy, en su mayoría, responde a grupos económicos que están más preocupados de
consolidar sus ganancias, preservar su status quo que de informar, investigar o
educar ciudadanos críticos.
Escenario que no escapa a
la realidad local que ha visto desaparecer a periodistas de la dirección de
medios, reemplazados en su mayoría por profesionales que tienen habilidades
comerciales.
Y cada día respiramos el
problema en un contexto de violación sistemática a los derechos humanos,
agresiones en las coberturas a las protestas, despidos masivos de colegas.
Inhalamos la incertidumbre y la desconfianza hacia autoridades inoperantes, en
una larga lista de las “normalidades más anormales” de la historia de Chile.
Superar la crisis requiere
de acciones de cambio.
En el último Congreso del
Colegio de Periodistas realizado en Antofagasta se acordó aprobar una Nueva
Constitución, con la esperanza de consagrar por primera vez el derecho a la
comunicación como imperativo ético de la democracia. Un valor humano vital en
una sociedad que busca eliminar la corrupción.
Una Constitución que debe
ser debatida por el soberano en una asamblea constituyente, sin imposiciones de
quórum y que recoja las miradas y voces de nuestra sociedad, reconociendo su
heterogeneidad e incorporando aspectos que ha exigido el pueblo movilizado:
paridad de género, incorporación de pueblos originarios y participación plena
de ciudadanos y ciudadanas del movimiento social.
Ahora, si en esta fecha la
costumbre insiste en recordar a la Aurora de Chile, y a su creador Camilo
Henríquez, es bueno advertir también que el buen fraile promovió la selección
de personas con ideas libertarias a la hora de elegir el primer Congreso
Nacional.
Doscientos ocho años después
la consecuencia de Camilo cobra un nuevo sentido: reivindicar la comunicación
como derecho humano inalienable en la vida del país. De seguro, el fraile
instaría por una Nueva Constitución.
Al final, en tiempos de
“normalidad” los saludos están demás.
Cristián Morales
Presidente Consejo Regional Magallanes
Colegio de Periodistas de
Chile