En la cobertura de los casos de Nabila Rifo y de Valentina Henríquez han abundado, por ejemplo, expresiones que las estigmatizan y por contraste hay más cuidado en cómo se han referido a los agresores.
Las movilizaciones por hechos de violencia hacia las mujeres se han mantenido en el tiempo tal como los brutales casos que hemos conocido por la prensa. La consigna “Ni una menos”, levantada como una demanda ciudadana por el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia, se ha instalado como un gesto público de denuncia y visibilización de la violencia en distintos ámbitos, entre ellos en los medios de comunicación y la publicidad.
La violencia contra las mujeres no es un problema nuevo, pero su presencia de manera visible en diarios y noticiarios es reciente. Sabemos que cada día existen más periodistas comprometidos con erradicar discursos sexistas, sin embargo, a menudo las noticias relacionadas con la violencia de género no tienen la rigurosidad ni el tratamiento adecuado: se expone a la víctima generando una re-victimización, se avalan los relatos del agresor con cuñas de familiares o cercanos y se recurre a fuentes no necesariamente especializadas en el tema reforzando estereotipos o levantado mitos sobre situaciones de violencia hacia las mujeres. En la cobertura de los casos de Nabila Rifo y de Valentina Henríquez han abundado, por ejemplo, expresiones que las estigmatizan y por contraste hay más cuidado en cómo se han referido a los agresores.
También son recurrentes los titulares que vinculan los femicidios con prácticas amorosas: “La mataron por celos”, “El amor y los celos la mataron”, “Crimen pasional”, son frases que los medios usan cada vez que se enfrentan a un femicidio. Así se naturaliza la violencia al interior de la pareja y de las prácticas amorosas en general.
Distintas voces han señalado la necesidad de acabar con prácticas sexistas y de violencia simbólica en los medios de comunicación. Se necesitan estrategias que apunten a enfrentar el problema de manera integral con políticas públicas que involucren a medios y a los trabajadores de las comunicaciones, una mayor y mejor regulación tanto de la propiedad de los medios como de sus contenidos, mecanismos institucionales de denuncia como una Defensoría, educación en Derechos Humanos tanto a estudiantes de periodismo como a profesionales en ejercicio, entre otras acciones.
Hablar de violencia en los medios requiere con urgencia ampliar la visión sobre la violencia; cuando se informe sobre casos de violencia hacia las mujeres es informar con los términos adecuados, no solo hay violencia intrafamiliar, la violencia también se da en espacios públicos e institucionales. Es necesario empezar a nombrar y distinguir cuando se trata de acoso sexual, laboral, violencia en el pololeo, violencia del Estado y de las policías cuando corresponda.
Chile tiene una de las tasas más altas de América Latina en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación alcanzando índices de hasta un 80%, lo que se relaciona directamente con la falta de pluralismo en la prensa escrita, televisión, radios y medios digitales. Esta concentración de medios va asociada a sectores económicos en su mayoría conservadores, lo que explicaría muchas veces el enfoque que hay detrás de las notas periodísticas y de sus fuentes en aquellos temas que tienen que ver, por ejemplo, con las mujeres y sus vidas.
Pese a la concentración, es clave dar la disputa cultural e ir incorporando prácticas periodísticas que permitan democratizar la comunicación con discursos acordes a las necesidades que expresa la ciudadanía que se moviliza denunciando actos de violencia hacia las mujeres.
El sexismo mediático se reproduce a su vez en las condiciones laborales de las trabajadoras de las comunicaciones quienes se enfrentan a brechas salariales, extensas jornadas de trabajo bajo el supuesto de que “las noticias no tienen horarios” y precarización contractual. Si bien la carrera de Periodismo es altamente feminizada, la realidad indica que el “techo de cristal” se hace presente en los medios de comunicación ya que son pocas las mujeres que llegan a cargos directivos o editoriales en sus medios.
De ahí la necesidad de promover y fortalecer espacios de organización de las y los trabajadores, para hacer frente de manera colectiva a la precarización laboral que las mujeres enfrentan en el ámbito de las comunicaciones.
Estos temas cobran especial relevancia a 61 años del aniversario del Colegio de Periodistas y de la reciente conmemoración del Día del Periodista. Son desafíos que se suman a una serie de retos que exige el ejercicio profesional en la actualidad con especial atención a la sociedad diversa que somos. Pluralismo y democracia van de la mano, para ello medios y periodistas deben esforzarse en dar respuesta tanto a la necesidad de informar como al deber de hacerlo resguardando estándares éticos y de respeto a los derechos humanos.
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Las movilizaciones por hechos de violencia hacia las mujeres se han mantenido en el tiempo tal como los brutales casos que hemos conocido por la prensa. La consigna “Ni una menos”, levantada como una demanda ciudadana por el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia, se ha instalado como un gesto público de denuncia y visibilización de la violencia en distintos ámbitos, entre ellos en los medios de comunicación y la publicidad.
La violencia contra las mujeres no es un problema nuevo, pero su presencia de manera visible en diarios y noticiarios es reciente. Sabemos que cada día existen más periodistas comprometidos con erradicar discursos sexistas, sin embargo, a menudo las noticias relacionadas con la violencia de género no tienen la rigurosidad ni el tratamiento adecuado: se expone a la víctima generando una re-victimización, se avalan los relatos del agresor con cuñas de familiares o cercanos y se recurre a fuentes no necesariamente especializadas en el tema reforzando estereotipos o levantado mitos sobre situaciones de violencia hacia las mujeres. En la cobertura de los casos de Nabila Rifo y de Valentina Henríquez han abundado, por ejemplo, expresiones que las estigmatizan y por contraste hay más cuidado en cómo se han referido a los agresores.
También son recurrentes los titulares que vinculan los femicidios con prácticas amorosas: “La mataron por celos”, “El amor y los celos la mataron”, “Crimen pasional”, son frases que los medios usan cada vez que se enfrentan a un femicidio. Así se naturaliza la violencia al interior de la pareja y de las prácticas amorosas en general.
Distintas voces han señalado la necesidad de acabar con prácticas sexistas y de violencia simbólica en los medios de comunicación. Se necesitan estrategias que apunten a enfrentar el problema de manera integral con políticas públicas que involucren a medios y a los trabajadores de las comunicaciones, una mayor y mejor regulación tanto de la propiedad de los medios como de sus contenidos, mecanismos institucionales de denuncia como una Defensoría, educación en Derechos Humanos tanto a estudiantes de periodismo como a profesionales en ejercicio, entre otras acciones.
Hablar de violencia en los medios requiere con urgencia ampliar la visión sobre la violencia; cuando se informe sobre casos de violencia hacia las mujeres es informar con los términos adecuados, no solo hay violencia intrafamiliar, la violencia también se da en espacios públicos e institucionales. Es necesario empezar a nombrar y distinguir cuando se trata de acoso sexual, laboral, violencia en el pololeo, violencia del Estado y de las policías cuando corresponda.
Chile tiene una de las tasas más altas de América Latina en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación alcanzando índices de hasta un 80%, lo que se relaciona directamente con la falta de pluralismo en la prensa escrita, televisión, radios y medios digitales. Esta concentración de medios va asociada a sectores económicos en su mayoría conservadores, lo que explicaría muchas veces el enfoque que hay detrás de las notas periodísticas y de sus fuentes en aquellos temas que tienen que ver, por ejemplo, con las mujeres y sus vidas.
Pese a la concentración, es clave dar la disputa cultural e ir incorporando prácticas periodísticas que permitan democratizar la comunicación con discursos acordes a las necesidades que expresa la ciudadanía que se moviliza denunciando actos de violencia hacia las mujeres.
El sexismo mediático se reproduce a su vez en las condiciones laborales de las trabajadoras de las comunicaciones quienes se enfrentan a brechas salariales, extensas jornadas de trabajo bajo el supuesto de que “las noticias no tienen horarios” y precarización contractual. Si bien la carrera de Periodismo es altamente feminizada, la realidad indica que el “techo de cristal” se hace presente en los medios de comunicación ya que son pocas las mujeres que llegan a cargos directivos o editoriales en sus medios.
De ahí la necesidad de promover y fortalecer espacios de organización de las y los trabajadores, para hacer frente de manera colectiva a la precarización laboral que las mujeres enfrentan en el ámbito de las comunicaciones.
Estos temas cobran especial relevancia a 61 años del aniversario del Colegio de Periodistas y de la reciente conmemoración del Día del Periodista. Son desafíos que se suman a una serie de retos que exige el ejercicio profesional en la actualidad con especial atención a la sociedad diversa que somos. Pluralismo y democracia van de la mano, para ello medios y periodistas deben esforzarse en dar respuesta tanto a la necesidad de informar como al deber de hacerlo resguardando estándares éticos y de respeto a los derechos humanos.
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Rocío Alorda Zelada
Secretaria General
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Marcela Sandoval Osorio
Segunda Vicepresidenta
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Colegio de Periodistas de Chile
Publicada en El Desconcierto