por Patricio Segura Ortiz
Prosecretario
Colegio de Periodistas de Chile
Publicada en El Divisadero
Mucho palmoteo en la espalda, mucho apoyo por whatsapp y facebook. Periodistas de todo tipo y color corrieron a apoyar a la colega Nathaly Álvarez, para expresar su aprecio y estima, sus respetos por su acto de valentía, reclamando –una vez más- por la dignificación profesional. De todos los medios, de grandes a chicos, en papel y online, de izquierdas a derechas, independientes también, se levantaron en una sola voz para alegar ante tamaña injusticia.
La periodista de la Universidad Austral de Chile, con varios años ejerciendo en medios como Bío Bío y La Tercera, denunciaba las presiones del comando de Sebastián Piñera para bajar y, en última instancia, modificar una nota suya en radio Cooperativa, relacionada con antecedentes no consignados por el ex Presidente en sus declaraciones de patrimonio. Omisiones nada inocuas, dada su relación con importantes intereses en el sector pesquero, beneficiado con la posterior Ley de Pesca que su gobierno impulsó y aprobó.
Raya para la suma: normativa origen de las múltiples acusaciones de corrupción y cohecho que han derivado en un desfile de ex autoridades y parlamentarios por los tribunales de justicia.
A pesar del transversal apoyo de los colegas, el hielo entre los medios de mayor cobertura se hizo notar fuerte el viernes cuando Nathaly Álvarez, acompañada por dirigentes del Colegio de Periodistas, presentó un recurso de protección ante la Corte de Apelaciones de Santiago. Solo honrosas excepciones dieron cobertura a su testimonio, que da cuenta de cómo opera el poder político, económico, familiar y de cualquier tipo, en las salas de redacción. Algo que el ciudadano de a pie sabe ocurre, porque lo ha visto en las películas gringas, pero que no tiene certeza que sea la tónica de la prensa chilena.
No hay que ser ingenuos. Presiones, telefonazos, visitas y mensajes a los periodistas siempre han existido. En los medios nacionales, regionales, locales, cada uno a su nivel. Es la historia de la humanidad y Chile estará lejos, pero no escapa a las lógicas que mueven la relación entre los seres humanos.
Pero aunque así sea, aunque sea parte del manual del ejercicio del poder, escabullir este actuar del conocimiento general es el mejor mecanismo para naturalizar lo que atenta contra el derecho de la ciudadanía a estar informada. A conocer lo que es de interés público. Y saber cómo se mueven, qué hacen, cómo piensan quienes toman decisiones que a todos y todas nos afectan, lo es. Categoría en la que entran tanto Sebastián Piñera como la propia radio Cooperativa.
Porque la decisión editorial de la emisora, lo que le llevó a modificar el artículo, editarlo sin autorización ni conocimiento de la colega y agregar una nota del editor (de paso, menoscabando su integridad profesional al dejar entrever que la nota estaba mal reporteada), no es un acto privado, en el sentido político del concepto. Es uno del ámbito colectivo, cuando involucra la fe pública en un medio de comunicación, que cumple un rol social.
También lo son los mensajes que por distintas vías Cecilia Pérez y otros actores del comando de Piñera enviaron a la colega. Al igual que las amenazas de deserción a El Café de Cooperativa que profiriera esa misma mañana el panelista Gonzalo Blume, hombre del ex Presidente.
Por cierto que en este caso se mezclaron múltiples componentes que complejizaron el debate.
Por un lado un precandidato de la derecha aliado a próceres de la dictadura, por el otro un medio de comunicación ligado a la Democracia Cristiana, ícono de la resistencia contra el régimen de Pinochet. Una colega ad portas de asumir como periodista del diputado José Antonio Kast, contendor de Piñera en la definición presidencial de su sector político.
Una combinación extraña, tanto así que derivó en las más disímiles interpretaciones sobre el sentido de la controversia. Lo que se hiciera podía ser abordado desde diversos enfoques.
Una posibilidad, ser parte de una ofensiva izquierdista, una más del Colegio de Periodistas, en contra del precandidato de Chile Vamos. O, al contrario, ser “tontos útiles” de uno de sus adversarios con el fin de mejorar sus opciones. Tener alma de mártires al cuestionar a un medio importante como Cooperativa también era una opción, al igual que haber mordido el anzuelo para socavar el prestigio de uno de los medios más respetados del país.
Las alternativas son todas ellas y muchas más. Pero a veces la realidad es más simple: apoyar a una colega que sintió todo el peso de la maquinaria política por querer hacer bien su pega. La de informar.
Esta no es una discusión para Primer Plano. Es una que aborda la independencia de los medios y la transparencia de sus decisiones editoriales. Es la prensa, y en eso estamos de acuerdo porque lo hemos planteado en innumerables ocasiones, la que aboga por la transparencia en el ejercicio del poder. Pero lo hace como si se tratara de un agente externo, como si no formara parte de lo mismo que pretende escrutar.
El día en que efectivamente así sea, en que los propios medios no sean sujeto de vigilancia (por un mal entendido concepto de la no supervisión entre pares), en que creamos que pueden estar por sobre el bien y el mal, ese día perderemos un poco más de libertad.