Decano Facultad de Educación, Ciencias Sociales y Humanidades. Universidad de La Frontera, Temuco.
Dos registros antológicos expresados en la prensa de Chile y Argentina, sobre las Presidentas Bachelet y Fernández, son ejemplos de una estética periodística que usa la libertad de expresión como excusa para travestir la difamación impune y revela además la resistencia política observada en un mundo culturalmente patriarcal.
Aunque hoy uno de los deportes nacionales en Chile es criticar a la Presidenta, utilizando como trinchera la contingencia de las cifras a la baja de las encuestas y una más estructural misoginia delirante, me niego a entrar a esa cancha.
No es casual la presencia de las mujeres Presidentas en el conosur de América Latina, que se instala como la zona más progresista del continente con tres mandatarias actualmente en ejercicio: Dilma Roussef, Cristina Fernández y Michelle Bachelet.
En América del Norte no hay precedentes y sólo en algunos estados de Estados Unidos hay mujeres en las altas esferas del poder. Este itinerario alternativo y alterativo comienza, precisamente, con la primera elección de Bachelet en el año 2005 para los periodos 2006-2010 y 2014 a la fecha. Continúa con los gobiernos de Cristina Fernández 2007-2011 y 2012 a la fecha, y sigue con la elección de Dilma Roussef 2011-2014 y 2015 a la fecha, primera mujer elegida Presidenta en Brasil. A estos nombres se suman otros dos en la región: Isabel Martínez de Perón (1974-1976), Presidenta de Argentina, y Lidia Gueiler Tejada (1979-1980), Presidenta interina de Bolivia.
Pero el escenario no es tan simple en este conosur patriarcal y aburguesado.
Obviamente en una columna de opinión como ésta no es posible entrar en todos los detalles que un tema de esta importancia implica, especialmente por sus desafíos, razón por la cual me centraré sólo en la resistencia política observada en un mundo culturalmente patriarcal, que pugna por seguir siendo así infinitamente (o lo que en política sea más próximo a eso).
Convencido que los males del mundo no provienen de la prensa ni están presentes inexorablemente en ella (en forma exclusiva, claro) y que, por cierto, hemos superado la tradición frankfurtiana demonizadora de los medios masivos; me permito presentar dos registros antológicos de la resistencia antedicha, expresada en la prensa de Chile y Argentina.
El primer registro consiste en una imagen de la Presidenta Bachelet desolada caminando agotada por los “pasillos de palacio”, con sus manos en la espalda, con el título de “Enfermos de poder”. Lo anterior, para ilustrar con la más pura hidalguía republicana que la Presidenta es víctima del consumo excesivo de algún ansiolítico o afín. De los mismos que psiquiatras recetan a diario en este país y se compran como palomitas de maíz en la previa del cine. Esto es, un caso promedio del país. No creo necesario exhibir cifras nacionales para redundar en este punto y demostrar que vivimos en un país medicalizado y medicamentalizado hasta la saciedad. Más bien me conformo con esta reflexión sobre el uso mórbido general que hace cierta prensa para patologizar la imagen política y demostrar el mito burgués que sigue: “una mujer en la política sólo es posible a fuerza de estimulantes”. Motivada esta prensa de manera inconfesable en el mítico Watergate, expresión con la cual suele bautizar hasta el hartazgo cualquier escándalo, desde el Piñeragate hasta el milicogate.
Lo que observamos es una señal clara de patología mediática y de una estética periodística que usa la libertad de expresión como excusa para travestir la difamación impune, esgrimiendo los empolvados libros de ética periodística y casuística internacional “primermundista”.
El segundo registro corresponde a una imagen de la presidenta Fernández hipererotizada, emulando a Tomb Raider (con video hot incluido) con el título “El Goce de Cristina”. Esta erotización caricaturizada de la Presidenta argentina representa otro mito burgués, a saber: “una mujer en política sólo obtiene logros si explota abundantemente su sexualidad reprimida”; porque este mito tiene un correlato intelectualizado de cantina: “la mujer vive sexualmente reprimida y busca sublimar su histeria en los caminos piadosos del hombre, como en la monacal vida política”.
Lo anterior podría estimular una risa pueril, pero todo discurso cómico encubre una verdad inconfesa. O bien podría parecernos demasiado “grave” escribir esta columna de opinión sobre un tema tan futil. O simplemente optar por felicitar el acierto del encuadre fotográfico, en un caso, o la creatividad, en el otro. Pero todos sabemos que lo que se oculta es más de fondo como para pasarlo por alto: “la política aburguesada y el periodismo plebeyo están dispuestos a suprimir el liderazgo de la mujer, con un aparente iconoclasticismo que oculta una misoginia militante, considerada necesaria para sostener el cada vez más frágil patriarcado”.
Publicada originalmente en La Nación.