por Patricio Araya González
Periodista
Registro Colegio de Periodistas de Chile: 5123
Publicada el lunes 17 de noviembre de 2014
Publicada el lunes 17 de noviembre de 2014
Analizar la crisis de TVN sólo desde la perspectiva de la caída
al cuarto lugar en sintonía que ha sufrido la estación en los últimos siete
meses, sin considerar su aspecto valórico, podría ser un grueso error
interpretativo. Repuntar los 12 puntos perdidos en horario prime no es la
panacea, incluso la meta podría ser mayor, pero la crisis persistiría. De modo
que suscribir la creencia de que sólo se trata de una cuestión numérica,
susceptible de mejorar afinando decisiones editoriales o implementando nuevos
planes de negocio, es no entender el quid del asunto. En rigor, la crisis de
TVN es más compleja. Si bien es cierto que una arista tiene que ver con los bajos
rating, también hay otras –más subjetivas, pero igual de importantes–, y que
están relacionadas con la historia de esa casa televisiva, tras la que subyace
una intrépida apuesta lanzada en despoblado: ser el canal de todos los chilenos.
Desde la arista objetiva, TVN llega a sus 45 años de vida
cargando con una triple limitación: es ciega, sorda y muda. No ve, escucha poco
y nada, y mucho menos, le habla a sus audiencias. El resultado es previsible:
existe una absoluta desconexión entre el emisor y el receptor.
Es evidente que la señal estatal está desconectada de su
púbico. Con frecuencia se observa cómo sus conductores y periodistas pierden el
relato frente a la cámara, y éste se vuelve etéreo; el mensaje se diluye en ese
tránsito entre emisor y receptor, cuestión que se evidencia cuando sus rostros
no tienen otra cosa que hacer en cámara, que no sea comentar aspectos de su
vida personal, incluso, de su vida íntima, cayendo en una absoluta omisión del
destinatario del mensaje. El matinal no pasa de ser una mera conversación entre
amigos que comparten un set como si fuera el living de su casa, haciendo caso
omiso de los espectadores, quienes sólo son tomados en cuenta al momento de las
menciones comerciales; ahí recién se percibe un cambio de actitud frente a la
cámara, de mayor prestancia y seriedad. Está prohibido “chacrear” al
auspiciador.
TVN no está observando el real comportamiento de sus
audiencias, las que hoy se mueven en sentido horizontal, ya no son los
espectadores obsecuentes del Dingolondango, ni tampoco son esos concursantes
que se iban felices con una frazada o una salsa de tomates. Si bien es cierto
que el público cambió ingenuidad silvestre por ignorancia funcional, ésta es
más esquiva que el provincialismo obediente de antaño, pues, ahora, gracias a
la masificación de las redes sociales, el televidente, aunque no siempre
comprende lo que ve o escucha, tiene en su mano un aparato con el que incide y decide; elige y
descarta. El problema es que TVN está enfrentando ese cambio conductual con una
porfía inexplicable para un medio de comunicación moderno.
TVN también está teniendo problemas de audición, sus ejecutivos,
periodistas y conductores se encogen de hombros, nadie arriesga nada. Su
desconexión con la realidad es de tal magnitud, que muchas veces sus contenidos
se definen al aire en función de lo que está haciendo la competencia, aunque
ello sea una barbaridad incontable, como ocurrió la mañana del 10 de julio de
2013 en los faldeos del cerro Manquehue, cuando los matinales de TVN y Canal 13
emitieron en vivo y en directo las palabras de un oficial de Carabineros
dándole cuenta a un acongojado padre del hallazgo del cadáver de su hijo
adolescente, desaparecido en la víspera. Ahí no hubo contención, sólo una
febril desesperación por marcar más que el otro. La línea editorial salió a
tomarse un café a la esquina. Y la morbosa adrenalina se tomó el switch.
La periodista y conductora Karen Doggenweiler es el vívido
ejemplo de la mudez de TVN. Ella, igual que su empleador, lleva bozal. Abre la
boca pero no dice nada trascendente. Karen se aplica a sí misma la ley mordaza
por el hecho de estar casada con un candidato, renunciando a cuatro horas diarias
en pantalla donde podría aportar a la discusión, realizar buenas entrevistas,
incidir en la contingencia nacional. Por el contrario, ella opta por el mutismo
y la levedad; a cambio, se sube al carro de la tontera orquestada desde la sala
de dirección del matinal, a cargo de un funcionario que lleva 22 años haciendo
lo mismo. Su compañero Jordi Castel no tiene suficiente formación académica
como para ocupar una silla en el programa editorial más importante del canal;
el pobre no distingue entre penetración e Imacec, para él es lo mismo felonía y
economía. ¿Acaso el directorio de TVN no ve su matinal?
Desde la subjetividad que supone el aspecto historiográfico de la señal
estatal, la dimensión valórica de la actual crisis tendría su génesis en la promesa
incumplida –una mentira rechazada con ironía por la población– de ser “el canal
de todos los chilenos”, en circunstancias que desde sus orígenes, la señal
pública ha tensionado la convivencia nacional, frustrando ese noble propósito, hasta
convertirlo en una falacia, ya cuando se alineó con la dictadura,
transformándose en el aparato propagandístico del autoritarismo, avalando en
pantalla un noticiero abyecto, como 60 Minutos, recordado como una vergüenza
del periodismo chileno, conducido por una servil Raquel Argandoña; ya cuando, con
el retorno de la democracia, el canal suscribió todas y cada una de las leyes
del mercado competitivo, declarándose como una empresa autónoma del Estado.
Entre ambas posturas, TVN ha vivido 41 de sus 45 años, cuestión que hoy
le estaría siendo facturada en contra por sus audiencias, las que pueden
perdonar pero no olvidar ese oscuro pasado, y que con su desinterés entienden
que castigan la ideologización con la que TVN ha teñido su programación en
estas cuatro décadas. La gente común y corriente siente que el canal nacional
sobrepasó todos los límites posibles de su confianza, pero hoy está tomando
conciencia de sus derechos como televidente, que se materializan haciendo
zapping, y que ya no quiere ver en pantalla las mismas arrugas y consignas del
pinochetismo (Argandoña, 60 Minutos; Hevia, Dinacos); la gente quiere un
producto que huela a limpio. España hizo un trabajo para despercudirse de la
dictadura franquista, tarea en que la radio y la televisión públicas fueron clave.
En Chile eso sigue siendo una deuda de la televisión del Estado.
Qué está haciendo el canal público chileno con su decisión
de ocultamiento –abierta manipulación– de la realidad, de esa que la mayoría de
los televidentes percibe como su realidad,
es decir, con los abusos del capitalismo salvaje, con la debilidad democrática
de las instituciones, sino editorializar ese ocultamiento de manera perniciosa,
modelando la realidad de millones de chilenos al antojo y estándares del
capital financiero, contribuyendo a la sublimación de las audiencias a unos
ciertos modos culturales, útiles a determinados propósitos mercantilistas. O
sea, alineando las Smart ovejas, disciplinando a la población hacia una forma
de vida que requiere de su alienación colectiva. Eso de educar, informar y entretener, queda
pendiente.
Cómo no calificar de ciega, sorda y muda a una pantalla como la de TVN,
que prescinde de la opinión pública y que no obstante insiste en avanzar a
trastabillones. Cómo no hacer tal calificación, si cuando algún televidente
pide que saquen a Juan José Lavín de la conducción de Estado Nacional, porque a
las claras se nota que no es la persona que hoy se requiere para un programa
político, la reacción del canal es nula. Cómo es posible que TVN no entienda
que la baja sintonía del noticiero central se debe más al sonsonete de Amaro que
a la calidad de las noticias que lee.
Si en verdad la nueva directora ejecutiva Carmen Gloria
López quiere hacer bien la pega, cabría esperar que desarticule la columna vertebral
de esa línea editorial tan vapuleada y distorsionadora, es decir, que saque del
canal, desde los Mauricios matinales hasta las Conserva del mediodía, pasando
por Solabarrieta, Carcuro, Viñuela, Elfenbein, y unos cuantos más.
Si la propia mandamás de TVN acepta estar en "un
escenario difícil”, es hora de hacer cambios, más aún, cuando reconoce su
condición de ente público. “Tenemos vocación de señal pública. Somos un canal
para los habitantes de este país, debemos congregar a la mayor parte de ellos,
para que se encuentren, y obviamente las cifras indican que no estamos
congregando con la intensidad que queremos, buscamos y necesitamos para cumplir
bien con nuestra misión". Lo malo es que, al tenor de sus dichos a La
Segunda, con apenas cuatro meses en la jefatura del canal, ella misma ya está
endeudada con el fonoaudiólogo. "Mi deuda grande es que no he podido ir
visitando a la gente; quiero hacerlo. No sólo para que me escuchen, sino para
escucharlos, compartir ideas, cruzar áreas".
Cambio de
paradigma para salir de la crisis: A recorrer el país
Lleven los programas a regiones, recorran la inmensidad del
país, nadie los va a morder; en Chile hay 17 millones de personas, 15 regiones,
345 municipios, colegios, hospitales, plazas, juventudes. Hay un país entero que
contar. Pongan a un conductor con acento chileno en el noticiero central,
rompan el esquema heterosexual de conductores de noticias (Hora20), pongan a
una joven (busquen ese refresco en las escuelas de periodismo) y a un experto a
contar las noticias, hagan enlaces con provincias en medio del central,
interactúen con el conductor regional, entrevisten gente de regiones y que
desde regiones ellos puedan entrevistar a los invitados al central, revuelvan
el país; lo único plano esperable de la televisión moderna es la pantalla led,
el resto de la tv debe ser multidimensional. Entren a las casas de los Nicolás
Correa, abran sus refrigeradores, acompáñenlos a dejar a sus hijos al Cumbres, al
mall, al supermercado; dejen en paz a la pobre cartonera y al panadero, los
pobres no pueden ni deben seguir exponiendo su dignidad en pantalla. Sean
ustedes factores de cambio social, los medios construyen realidad, pero no
manipulen la que tienen a mano, eso es desidia. Saquen de la tele a la mayor
cantidad de flaites posibles. No imiten, innoven; no teman perder, ya
perdieron. La chabacanería no se sustenta por sí misma en tv, pero la tv puede
sustentarse en ella, el problema es que la tv no puede ser chabacana, porque
eso es pan para hoy y hambre para mañana (para hoy).
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"El presente artículo no representa necesariamente la opinión del Colegio de Periodistas de Chile y/o sus dirigentes, y se publica solo como un espacio para los integrantes de la orden profesional para discutir y debatir sobre materias relacionadas con su campo de acción"